Vi entonces la tempestad de los recuerdos...
El obscuro Abadón de las consecuencias
y el ardiente hades de los desconsuelos.
Vi también el cielo de las recompensas
el remanso del arrepentimiento
y el paraíso de nuevas experiencias.
Algunas naves encallaron
unas a puerto seguro
y las peores naufragaron.
Escuché entonces llorar al navegante
reparar sus velas
y buscar el timón y el sextante.
Todo es silencio en el fondo del mar.
En medio de corrientes que arrebatan las velas
hay un Capitán que se pone a cantar:
No importan los mares ni las tempestades...
Un buen navegante jamás suelta el timón
aún teniendo en contra todas las posibilidades.